Por Fernando Peña
Es casi imposible hacer prevalecer la ética sobre la política, pero si es posible la solidaridad, que predomine el compromiso moral hacia el otro (el ponerse en el lugar del otro).
Si al individuo no se le hace reconocimiento, si al militante político, al activista, al dirigente no se le da apoyo, no se le da reconocimiento de derechos, no se le respeta, no puede adherirse a una comunidad de valores en su partido político.
Y la solidaridad implica ir más allá de la tolerancia pasiva, es moverse hacia el interés por lo que es individual y particular de cada persona.
Así, la solidaridad constituye una esfera de reconocimiento.
Cuando le damos un carácter colectivo y social de la solidaridad, la solidaridad, en este sentido, adquiere una dimensión política.
La solidaridad es una herramienta conciliadora para alcanzar fines políticos…
A nivel individual, la solidaridad permite el acceso a bienes y recursos, son espacios de socialización cuyos beneficios se expresan en el desarrollo personal.
La política es la expresión más clara del amor porque significa preocuparse por los otros, por quienes no vemos o no conocemos, por aquellos que están en mayor necesidad.
Otro ha sido el destino de las formas de hacer política que ha regido nuestra nación..
Hay un problema con las élites que nos gobiernan, que están poco instruidas y son poco conscientes del mundo que se vive.
A uno le desespera la indolencia, el poco compromiso con los dirigentes y activistas verdaderos, y el descuido frente a la situación que enfrenta el país y los sectores populares.
Es como si les preocupara más el negocio que el país.
Pero los hay que no se corrompen, ni conviven con poderes injustos, autoritarios, porque eso desprestigia la política.
¡Llega un momento en que obedecer así nomás por hacerlo… jamás!