Por CJ BARRO
SANTIAGO R.D. – El genio cultivado da frutos de incalculable valor y deja su estampa que ha de desafiar el paso huracanado de los años.
José María Vargas Vila, colombiano de nacimiento, siendo aún muy joven abrazó la causa revolucionaría y tuvo participación activa en episodios importantes en la historia de ese país hermano.
Su espíritu indomable se plasmó en sus obras dónde el hacha de la confrontación era empuñadura de forma inmisericorde.
Ateo de formación, postuló argumentos que generaron la repulsa de la comunidad cristiana, lacerando su imagen y proyectando sobre sus obras la condena social.
Su obra Lo Divino y lo Humano, desnuda su pensamiento no creyente, y plasma con singular talento conceptos indiscutiblemente polémicos.
En Archipiélago Sonoro, ya ciego y enfermo, acentúa la agudeza de su formación atea, y desafía a Dios que le impida que muera.
En Aura o Las Violetas, Ibis y Flor de Fango, aflora un Vargas Vila profundo, pero cabalgando el brioso potro del desengaño y la insurrección al amor.
En sus obras Ante los Barbaros, el Minotauro y Las Murallas Malditas, Vargas Vila deja fluir su ímpetu revolucionario, y enfrenta con singular destreza al imperialismo que empezaba entonces a extender sus tentáculos sobre el mundo.
Lo que más se resalta de este escritor Latinoamericano es que escribió sus más de 60 obras en una sociedad encarcelada en conceptos primitivos.
Manuel Trillas un buen exponente del cristianismo enfrentó con agrios argumentos a Vargas Vila, quien al ser cuestionado expresó de forma jocosa que están en el baño al tirar el papel de sanitario al cesto, allí había encontrado sentado a Manuel Trillas.
Sus obras han trascendido en el tiempo, sobre su figura se han tejido las más disimules historias, muchas de ellas prohijadas con el látigo de la melediciencia.
Vargas Vila llegó a decir una vez que deseaba se pusiera sobre su tumba el siguiente epitafio :»Aquí yace el Panfletario»
La virilidad y fiereza de sus conceptos le dan inequívoca singularidad a sus obras, que han despertado pasiones encontradas y se encuentran inmersas en el torbellino de las sórdidas críticas.
Vargas Vila, no se inmutaba ni ruborizaba ante el ataque sin piedad de sus críticos, quienes les han estudiado coinciden en señalar que este disfrutaba al desatar la ira de sus adversarios.
Hoy, a casi un siglo de su fallecimiento, en tertulias literarias se discuten sus obras, despertando la contradicción que le fue propia en vida.